Familia en misión en Japón

familia-japonFernando, su mujer Kuki y sus hijos pertenecen a una comunidad del Camino Neocatecumenal y fueron enviados por Benedicto XVI a Japón, como misioneros, para anunciar el Evangelio con su palabra y con sus vidas. Me parece significativo que el Papa les animó a proclamar con su “acción misionera que solamente en Jesucristo, muerto y resucitado, hay salvación”.


En el Camino, además de sacerdotes y laicos solteros, se envían también a veces familias enteras a la misión, para que, con su vida cristiana normal, en su trabajo, en los colegios, entre sus vecinos y amigos, sean un signo en medio de sociedades que no conocen a Cristo.

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Somos Fernando y Kuki, tenemos 6 hijos y estamos en estas tierras del sol naciente desde hace 6 meses. Llegamos como familia en misión, enviados por el Papa Benedicto, dejando todo en nuestra tierra, nuestra casa y el resto de nuestra familia. Poniendo toda nuestra vida, para un fin: el anuncio de Jesucristo que murió y resucitó por todos los hombres

Ahora te contare un poco por qué se nos ocurrió salir a la misión. Un día, en medio de una Eucaristía, sentí un dolor agudo en el corazón. Acudí a Dios y le pedí que me quitara ese dolor. Entonces sentí que me hablaba, mostrándome toda mi vida en imágenes y diciéndome como me había cuidado en todos estos años, y me había preservado de muchos sufrimientos. Yo le preguntaba que quería de mi, siendo su respuesta que hay tanta gente que sufre y no conoce a Dios, que nadie le ha hablado nunca de su amor, y que yo era una privilegiada por tener lo mas importante que un hombre realmente necesita en su vida.

Así llegó el final de la celebración y preguntaron si había alguien que sintiese que Dios le estaba llamando para la evangelización, así que vi con claridad lo que me estaba pasando, miré a mi marido y le dije: Fernando, ¿nos levantamos para ofrecernos? Y, sin saber bien cómo, allí estábamos de pie los dos.

Han sido dos años largos de prueba, para confirmar si debíamos ir o no y, curiosamente, todo han sido signos para corroborar la misión. También ha habido comentarios de todo tipo, opiniones de familia y gente conocida, unos a favor y otros en contra de la misión. Pero este tiempo ha servido para dar testimonio a tanta gente que nos pedía una explicación de esta decisión.

Hemos visto cómo Dios nos sostenía en los momentos de duda y miedos que surgen al pensar en una nueva vida: cambiar todo, dejarlo todo, abandonar a nuestras familias y amigos, incluso olvidarnos del buen nivel de vida que llevábamos, con todo tipo de lujos y caprichos. En resumen, dar un salto en el vacío.

Lo importante de todo esto es que sabíamos a ciencia cierta que no estaríamos solos, que Dios nos precedía. Pero esto no lo entiende la mayoría de las personas a las que se lo explicábamos, porque no tienen experiencia de Dios en sus vidas. Yo sé que todo lo que soy, todo lo que tengo me lo da Dios, como un regalo cada día, no me lo gano yo por mis esfuerzos. Así que, con ese convencimiento, puedes ser más libre: es Él quien hace mi vida día a día, no yo.

Llegamos a Japón el día 24 de julio, tras dos años de espera en Madrid, ya que para entrar en este país hacía falta un visado, ya fuera de trabajo o de misionero. El visado de trabajo oficial no lo ofrecen hasta llevar 10 años viviendo aquí, así que un obispo dio su visto bueno, a pesar de las críticas que sufrió por ello, y conseguimos el visado de misioneros y así entramos.

Ya en Japón, te contaré que no nos ha faltado de nada en ningún momento. Todo el proceso de nuestra misión está lleno de detalles del amor de Dios. Verdaderamente, Dios da el ciento por uno: eso lo experimentamos toda la familia, así que nadie nos puede decir lo contrario, es un sello imborrable. Y eso es lo que queremos mi marido y yo para mis hijos, lo más importante: que sepan quien se fía de Dios, Él no le defrauda y que sus padres dejaron un día todo lo que poseían materialmente hablando, por algo mucho más importante: hacer la voluntad del Padre.

Los japoneses me han sorprendido, porque son muy amables, al menos con nosotros, aunque todavía no entiendo porqué se portan tan bien. Todos los vecinos y las madres de niños del colegio se acercan hasta casa para conocernos. Como comprenderás, no tenemos ni idea del idioma, pero, sin hablar mucho, ya tenemos grandes amigos aquí. Quieren ayudarnos de alguna manera, trayendo fruta, verdura, pasteles, ropa, etc.

Yo invito a todos a entrar en casa, que vean a los niños, la cruz que tenemos bien grande en el salón, los iconos de la Virgen, el Belén (en Navidad), etc., y poco a poco, mis hijos, que son los mejores misioneros de la familia, van trayendo a casa a jugar a sus amigos del colegio. Algunos japoneses hablan un poco de inglés, y gracias a eso, nos entendemos algo. Ya hemos podido explicar a alguien el por qué estamos aquí, nuestra misión, nuestra manera de vivir.

Lo pesado del tema es que no hay ninguna comunidad neocatecumenal en nuestra ciudad, Osaka, y, para ir a la Eucaristía, tenemos que ir a otra ciudad, Yamatokoriyama, a una hora larga de coche. Así que recorremos todos los sábados una provincia, desde Osaka a Nara, con todos los niños en una furgoneta. Hay que pagar por usar las autopistas y sale carísimo, por lo que la gente apenas se mueve de su casa.

Sin embargo, ha sido providencial, porque así, gracias a Dios, podemos ayudar a un marista de 82 años que hacía un gran recorrido, solo, enfermo y en tren para dar el servicio a esa comunidad de cristianos. Es un cura viejito, que no puede ni con su alma, pero que da su vida por los pocos hermanos de la comunidad. Todo es muy precario, pero con nuestros hijos, están empezando a dar vidilla al asunto, y vienen más jóvenes ahora. Entre semana, para poder tener una celebración de la Palabra, hay que alquiler un espacio en un edificio de oficinas, en el centro de una inmensa ciudad como ésta.

La gente está muy sola aquí, sin esperanza. Están educados como los samuráis, para ser fuertes, para no expresar sus sentimientos en público y para vivir confiando únicamente en sus fuerzas, de manera que es el país con mayor índice de suicidios del mundo. Los matrimonios viven muchas veces vidas paralelas, los hijos crecen sin cariño… En fin, más o menos esto es lo que vamos conociendo.

Nos da pena ver que a veces se pierde el tiempo en la Iglesia en debates estériles, mientras en este país no se conoce el amor de Dios, sólo la competencia y el consumismo exacerbado. Que las ganas que San Francisco Javier tenía de ir a la Universidad de la Sorbona a denunciar la indiferencia del mundo occidental, nos impulse a anunciar la cruz de Cristo.

http://blogs.periodistadigital.com/espadadedoblefilo.php/2008/01/31/familia_en_mision_en_japon

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